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BIOESTIMULANTES: UNA APUESTA POR LA DIVERSIDAD

A continuación exploramos el impacto y la importancia de los bioestimulantes en la agricultura moderna. A través de una mirada profunda, analizamos cómo estos productos pueden promover la diversidad, mejorar la salud de los cultivos y optimizar el rendimiento agrícola. Además, reflexionamos sobre los conceptos de salud y enfermedad en las plantas, y cómo estos se entrelazan en el contexto de la fitopatología y la sostenibilidad agrícola. Descubre cómo los avances en bioestimulación ofrecen soluciones innovadoras para enfrentar los desafíos actuales de la agricultura.

En la salud y en la enfermedad

El concepto de salud resulta parcial en un doble sentido: por incompleto y por subjetivo. Lo mismo ocurre con su clásica negación: la enfermedad. Consideramos sano a aquel organismo que ejerce con normalidad todas sus funciones. Y enfermo, en cambio, al que se instala en la anomalía de la disfunción.

Ante nuestra arraigada incapacidad para establecer qué debe ser considerado normal, cabe reconocer que hay seres que, pese a estar diagnosticados como enfermos sin remisión, se las arreglan bajo el título de crónicos para durar toda una vida. Quizá la dudosa convención de estar sano no tenga tanto que ver, como se cree, con el hecho irrefutable de sentirse vivo. 

Convengamos, pues, que vivir constituye una singularidad y que, una vez obrado el milagro de nacer, lo único normal y lo más seguro, para hombre y planta, es el inconveniente de la muerte. Pero, entretanto y entre todos, hay que sacar la cosecha adelante.

La fitopatología: toda una ciencia

Jiménez Díaz, académico resuelto e investigador ortodoxo, esgrime que los objetivos de la fitopatología son:

  1. Procurar que los cultivos alcancen el rendimiento preceptuado por su potencial genético en el marco de las limitaciones físicas determinadas por ambientes variables.
  2. Propiciar el uso eficiente de los insumos necesarios para la producción vegetal: es decir, agua, suelo, fertilizantes, energía, etc.
  3. Asegurar la sanidad y salubridad del producto cosechado.

Siguiendo la noción de etiología de la enfermedad asentada por Robert Heinrich Hermann Koch (1843-1910), la fitopatología suele relacionar a cada enfermedad con un único agente causal. No obstante, como postula José Luis Porcuna, díscolo y didáctico, hoy ya podemos incorporar al diagnóstico conocimientos sobre fisiología vegetal y ecología que evidencian que hay factores más influyentes para el desarrollo de la enfermedad que incluso la amenazante presencia del propio patógeno. Por ejemplo, una atmósfera contaminada o un suelo infértil. Julián Marías en su imprescindible Historia de la filosofía seduce con esta definición fulgurante de ciencia:

<<Saber acerca de lo que las cosas son, determinado por la necesidad de vivir en la verdad, y cuyo origen es el asombro.>>

Y la verdad es que resulta asombroso que, con desafiante ignorancia, nos resistamos a interiorizar que únicamente en un suelo sano se puede aspirar a cultivar plantas sanas.

Los heraldos negros

Los patógenos y las plagas son bioindicadores. Sin ánimo de escandalizar, lo cierto es que una lechuga no sufre un ataque de pulgón y se desestabiliza; al contrario, se desestabiliza y sufre un ataque de pulgón. Así, la mera presencia de Phytophthora infestans en el ámbito de un cultivo de patata no supone aún la enfermedad en sí, sino el síntoma de un exceso (¿de nitrógeno?) o de una carencia (¿de materia orgánica?).

Por ejemplo, atiborramos de nitrógeno inorgánico un huerto en pos de la máxima producción, obviando la existencia de una red trófica en el suelo afanada en descomponer la materia orgánica. De modo que, al subvertir el ciclo natural del nitrógeno, abocamos a la ociosidad a una muchedumbre de microorganismos. Provocamos, en este caso, que Azotabacter o Azospirillum desaparezcan: el suelo pierde biodiversidad y el agroecosistema gana vulnerabilidad.

<<Lo único que pide un árbol es que se le deje en paz>>,

aconseja irónicamente el renombrado biólogo y botánico francés, Francis Hallé. 

Sin embargo, en lugar de dejarlo en paz:

  • Lo manipulamos genéticamente y lo imponemos a modo de monocultivo.
  • Lo trasplantamos a capricho en suelos inverosímiles y con marcos de plantación delirantes.
  • Lo regamos según opiniones.
  • Lo abonamos respetando costumbres absurdas o persuadidos por modas aún más absurdas.
  • Lo rociamos sistemáticamente con fármacos, subestimando su sistema inmunitario.

En definitiva, estresamos el arbolado mientras descapitalizamos los agroecosistemas.

De lo que nos advierte, pues, Hallé, experto en bosques tropicales, es de una evidencia: quien perturba biorritmos no solamente está expuesto a sus consecuencias, sino que debe asumirlas.

Corolario: a medida que un agroecosistema pierde complejidad, la vida en él, paradójicamente, se complica.

La rubisco o el éxito evolutivo

Una variante de la idealización de la naturaleza consiste en proyectar sobre
ella atributos exclusivos del ser humano. En efecto, propendemos a humanizarla, aunque sea en calidad de cadáver exquisito. Desde Descartes, analizamos la naturaleza con furor de destripadores, reducimos la vida a las angosturas de unas cuantas fórmulas.
En efecto, propendemos a humanizarla, pero lo que logramos es cosificarla. Y, entonces, ya nos duele menos.

La rubisco, ribulosa-1,5-bifosfato carboxilasa/ oxigenasa, la enzima fijadora de CO2, formada por 16 polipéptidos y que consta de 8 sitios activos, la enzima presente en todos los organismos fotosintéticos que recurren al ciclo de Calvin para fijar carbono, posiblemente la enzima más abundante en la Tierra, se muestra lenta e ineficaz desde una perspectiva humana: es decir, bajo criterios productivos.

Desesperadamente lenta porque cada sitio activo solamente cataliza 180 reacciones por minuto, frente a otras enzimas facultadas para catalizar miles de reacciones por segundo. Desesperadamente lenta y desconcertantemente ineficaz porque cataliza
la adición tanto de CO2 como de O2: esto es, el oxígeno y el dióxido de carbono compiten por los sitios activos de la rubisco y, por tanto, cuando ésta fija oxígeno (fotorrespiración) deshace lo que previamente hizo al fijar dióxido de carbono (fotosíntesis). Con todo, la rubisco conserva su puesto de trabajo, la naturaleza no osa despedirla. A la vida le sirve, aunque a economistas e ingenieros no les convenza. Y le sirve no por capricho: los fisiólogos vegetales siguen descubriendo cualidades en la rubisco que superan los moldes de un currículum. Medir, una vez más, no equivale a conocer lo medido.

Y así, desde Descartes, nosotros, mientras, venimos simplificando la realidad, reduciéndolo todo a sus partes. Pero el reloj ha empezado a desmontar al relojero. La manzana parece como si nos estuviera devolviendo el mordisco. La vida no comparte nuestras prisas. Las plantas, ancladas en el suelo, atrapan la luz con una parsimonia de 300.000 km/s. A las entrañas del saber, siempre, a través de la piel del asombro.

Biomímesis o el valor de imitar a la vida

El abonado NPK y la aplicación de fitosanitarios han supuesto atajos hacia un callejón sin salida. Por perseguir sombras, yace fatigado el suelo y amanece descapitalizado el agricultor.

Cuentan que bioquímicos desentrañando rutas metabólicas se han topado con microbiólogos reanimando micorrizas. De pronto, lo hemos recordado: el suelo, punto de encuentro, sustento de los cultivos, por sostenerlos y por nutrirlos. La microbiota edáfica y las raíces de nuestros cultivos se estimulan mutuamente: metabolitos secundarios y exudados cargados de buenas intenciones proliferan. La rizosfera como algoritmo de abrazos: en la vida, siempre hay un gradiente, más o menos cercano, al que saludar.

Nos habíamos empecinado en que la cosecha era un resultado. Pero fruta o fruto son nombres de un proceso. Y puesto que los procesos solamente consienten que se les favorezca o estimule, en cuanto los forzamos o violentamos, degeneran o abortan. 

Los bioestimulantes se presentan, por tanto, como una alternativa esperanzadora: sus formulados a base de moléculas orgánicas y oligoelementos refuerzan tendencias autóctonas sin menoscabo de la fauna y flora auxiliares.

A los bioestimulantes no hay que considerarlos, en ningún caso, una conquista, sino un descubrimiento. Se trataba de emular a la vida. Al fin y al cabo, la rubisco lleva milenios dando muestras de ejemplaridad, libre de cualquier acusación por absentismo laboral, puntual en su puesto de trabajo mientras permanezca algún estoma abierto.

Prometeo comprometido

Viéndonos a todas horas con el smartphone en las manos, procede reconocer que nos hemos vuelto terriblemente pulgares. La función crea el órgano: Homo tecnologicus. El titán Prometeo se apiadó de la indefensión del ser humano, les arrebató el fuego a los dioses del Olimpo y nos lo entregó en nombre del progreso. Nuestro primer paso en la carrera tecnológica: el fuego. Después llegaron la rueda, el bidé y el susodicho smartphone.

<<La salud y la enfermedad, en sí mismas, como sucesos que les acontecen a los individuos y a las comunidades son también sucesos ecológicos y, por ello, las definiciones de salud no pueden obviar esta interdependencia>>,

y, bien mirado, se está legislando a favor de motivos como el que impregna esta reflexión brindada por Hernán San Martín casi desde el anonimato.

Asistimos a una actualidad en que se derogan sañudamente y con carácter de urgencia registros de productos fitosanitarios. Los mercados exigen alimentos sanos y seguros. Preservar el medio ambiente se conjuga en imperativo. Quien se ve abocado a curar delata que no ha sabido prevenir. Vamos asumiendo que, para que el estrés no degenere en enfermedad, hay que recurrir a bioestimular la planta. Productores y técnicos hablan entre sí ya con pasmosa soltura de elicitores y osmoprotectores. La rizosfera empieza a erigirse en el lugar geométrico de la prosperidad de todo cultivo. El sector agrícola evoluciona, a pesar de ciertos síntomas desalentadores, incluidos los precios injustos de algunas de las cosechas campaña tras campaña. No obstante, en el campo, el tiempo anda siempre persiguiéndose, se enrosca en ciclos, concede cada año primaveras que nos prometen un comienzo y nos alejan del desánimo.

Nos hemos dotado de los medios: big data. Aun así, no basta con la firme voluntad. Se precisa talento para saber cómo llegar y, sobre todo, talento para elegir adónde llegar. Recabamos datos cada vez más fidedignos y cualquier día damos, al fin, con una buena explicación que los vertebre. 

Seguimos camino del Homo sapiens

Aunque, de vez en cuando, se nos declaren incendios con retórica de amores tóxicos, la rueda se pinche cuando más se nos espera y, sin cobertura en el smartphone, quede remoto un fontanero que nos solucione lo del bidé.

Pedro Pons 

Responsable Departamento Técnico Servalesa

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