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Suelos supresivos. Claves para entender este concepto

Hasta ahora, hemos estado suprimiendo nosotros al suelo. El antropomorfismo que ha sufrido éste en el siglo XX ha suprimido el carácter supresivo del suelo. Y es que el ser humano, en su afán por simplificar el mundo que le rodeaba, ha llegado a impactar directamente en la naturaleza cuando se introducía en la agricultura.

Hemos leído repetidamente que el suelo era un espacio que servía de sostén para las plantas. Y nada más. Solo una mera maceta donde establecer nuestros cultivos. Pero nos encontramos con una brecha entre la teoría y la práctica cuando plasmamos esa hipótesis en la realidad: no se trataba de plantar y recolectar. Porque entre esos dos momentos existía una multitud de acciones aplicadas al suelo para evitar que nuestros vegetales pereciesen debido a patógenos (Pythium spp., Fusarium spp., Meloidogyne spp…). Porque siempre hemos pensado que había más “malos” que “buenos” en la epidermis edáfica. Pero ¿y si en realidad hay más organismos benéficos que patógenos y que al combatir a estos últimos hemos arrasado a los primeros?

López Bellido (2020) nos recuerda que el papel de la biología en los suelos es fundamental para su buena salud y que los procesos biológicos que en él se suceden contribuyen a la sostenibilidad de la agricultura.

Un suelo sano es un suelo con vida, un organismo formado por otros miles de millones de organismos que mantienen a los fitopatógenos en un nivel poblacional lo suficientemente bajo como para que las enfermedades que se pudiesen dar no se den. O para que, aun teniendo niveles altos de organismos perjudiciales para las plantas, la balanza se decante por el buen desarrollo de los vegetales.

Un suelo sano puede llegar a ser un suelo supresivo, con un gran número de microorganismos y con una gran variedad de especies, cada una de ellas con una función diferente, con una capacidad diversa de producir enzimas, antibióticos (recordemos que los antibióticos más comunes son producidos por microorganismos procedentes del suelo), biofilms, fitohormonas y otras muchas sustancias que mantienen una lucha continua por el derecho a la vida.

Así que nosotros, en aproximadamente un siglo, hemos querido cambiar la propia evolución, no solo de las plantas sino también del medio edáfico. Hemos querido reducir las posibles relaciones tróficas pensando que, al limpiar las raíces de nuestros cultivos, más concretamente, al limpiar la rizosfera de nuestros cultivos, estábamos ayudándolos a que mostrasen su máxima expresión de productividad. Cuando, en realidad, estábamos matando “su flora intestinal”, estábamos reduciendo su capacidad nutritiva, estábamos simplificando su vínculo con la vida.

 

Porque las plantas son fundamentales para la vida en el suelo. Y la vida del suelo es fundamental para la supervivencia de las plantas. No es la una sin la otra. Elimina a Pseudomonas spp. o a Trichoderma spp. y déjale la puerta abierta a Phytophtora spp. Reduce la población de los nematodos saprófitos y Ditylenchus dipsaci te estará esperando para saborear tu Allium sativum.

Por tanto, para recuperar la vida de nuestros suelos y el derecho a su máxima representación de salud tenemos la obligación de regenerarlos, de restablecer los equilibrios tróficos que allí se deberían dar.

La regeneración del equilibrio entre los diferentes organismos y microorganismos, patógenos y benéficos, microscópicos y macroscópicos está en nuestras manos, en la forma en la que queremos afrontar el gran reto de la sostenibilidad.

“La regeneración de los suelos consiste en recuperar los procesos vitales de los ecosistemas”, dice Pérez Casar (2021). Es en el suelo donde se dan los ciclos más importantes para la existencia de la vida: el ciclo del nitrógeno, el del carbono, el del azufre. Es allí donde las bacterias fijadoras de nitrógeno (gracias a la nitrogenasa) son capaces de separar los dos átomos que conforman la molécula de N2, forma en la que se encuentra el nitrógeno atmosférico y que no es asimilable por las plantas.

La formación del suelo es un proceso largo, laborioso y en el que participan multitud de actores íntimamente relacionados.

Porque no olvidemos que el suelo, al igual que otros recursos naturales no es renovable y es la base que sustenta, que alimenta y que distribuye la vida a lo largo y ancho de nuestros cultivos, de nuestro planeta.

Mar Rubio
Técnico de Desarrollo de Servalesa

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